Óscar Tamez Rodríguez
El próximo domingo 2 de junio los mexicanos mayores de 18 años con credencial para votar tenemos una cita con la urna; habremos de votar para elegir representantes y administradores de nuestro gobierno.
Según la entidad será el número de boletas que se entreguen a cada elector, en el caso de Nuevo León votaremos todo excepto gobernador.
Tenemos suficiente tiempo para reflexionar lo que haremos el domingo entre 8:00 y 18:00 horas al estar en la soledad de la mampara y marcar las boletas.
Sufragar es un derecho y una obligación. Es un derecho el cual, si no lo ejercemos corremos el riesgo de que algunos personajes con exceso de autoritarismo y complejos de mesianismo, intenten erradicarlo. Es una obligación porque debemos comprometernos con la cosa pública.
Hay comunidades donde el compromiso supera las urnas, conocí el caso de San Lorenzo en Oaxaca, localidad donde los hombres mayores de 18 años se turnan por períodos de una semana para en grupos, hacer rondines de vigilancia en los barrios. Igual conozco vecinos de Santiago en Nuevo León, quienes se unieron y compraron material para su calle y así, para evitar atascarse en tiempos de lluvia entre el lodazal, estos son compromisos con la cosa pública.
Votar nos permite opinar en colectivo sobre quienes queremos que nos representen en el poder legislativo y también elegir a la persona que habrá de administrar los servicios públicos de la comunidad, sea a nivel municipal, estatal o federal.
Podemos o no ganar al momento de elegir, se trata de un ejercicio de deliberación en el cual las mayorías se imponen por sobre las minorías, pero éstas no deben ser excluidas sino representadas dentro del poder legislativo.
La democracia es un ejercicio en el cual todos quienes tienen derecho, participan de las decisiones colectivas. En la democracia el poder máximo recae en el pueblo, el problema es que el pueblo como órgano superior de decisión es un ente existente e inexistente a la vez.
El pueblo existe, lo podemos contar, es la suma de todos los individuos de una comunidad, sin embargo, es un ente inexistente al momento de deliberar sobre lo mejor para la colectividad y los individuos porque es imposible reunir a miles o millones de individuos para que discutan y construyan consensos.
El pueblo es una figura retórica en la democracia y frente a la imposibilidad de que asuma como soberano, encabezando el máximo poder, aun siendo el poder máximo según la Constitución, debe designar representantes quienes habrán de discutir y votar las leyes y otras disposiciones que impactan en la comunidad.
¿Para qué votar? Para cumplir con nuestra obligación con la comunidad. Porque hemos de elegir a quienes queremos (ganemos o no en la elección) gobernando en el poder ejecutivo y a quienes han de hablar por nosotros en el poder legislativo.
En una democracia sana, fuerte, vigorosa, el poder está equilibrado entre las diversas fuerzas que se ofertan en el cuadrante político.
La mejor democracia es la inclusiva, esa en donde el poder ejecutivo puede desarrollar sus programas y políticas públicas con apoyo, vigilancia y auditoría del representante del pueblo.
Necesitamos gobernantes en el poder ejecutivo que armonicen con otros órdenes del mismo poder, es decir, alcaldes que trabajen de la mano con su gobernador y presidente. También legisladores que sean un contrapeso, pero con deseos de construir consensos.
El pronóstico indica que será un domingo de hasta 36 grados. Son tiempos de relevos, de cambios generacionales; salgamos y votemos por los representantes y gobernantes que queremos y merecemos.