Gerson Gómez Salas
Suponemos es normal. En cualquier parte del mundo mueren asesinados diez personas en promedio. La gente sigue en sus empleos. Se ama a escondidas en hoteles de marcha. Lleva a sus hijos a la escuela, la iglesia y de regreso a casa.
Los 10 difuntos forman parte de una lotería infame. En la tómbola están los nombres de la comunidad. Quienes resultan perjudicados o beneficiarios, según la óptica de los verdugos, ya colgaron los tenis, sin saberlo.
Es normal hacer fila en las estaciones de autobuses. Ahí te pueden alcanzar los sicarios. Ir hasta la puerta de casa, como lo hizo en el huerto Judas con Jesús, pero sin beso traidor.
Al jugar a la maquinita mientras haces fila en la tortillería. Mientras avanzas en las congestionadas avenidas. La lotería transcribió tu nombre con apellidos, edad, dirección y hasta relaciones afectivas.
Es normal le dice el secretario de gobierno al gobernador. Así se lo hizo saber el jefe de las fuerzas de seguridad. Son reacomodos entre los operativos de quienes mueven el mugrero.
Haremos todo lo posible y hasta lo imposible por esclarecer los hechos. Eso significa otro archivo depurado y sin solución. Conocen más los vecinos del ejecutado o de la desaparecida sus generales. Por lo menos no se metieron con sus hijos o con sus demás familiares.
Colocada la hielera en la calle sin cámara o el cuerpo encobijado, los laboriosos empleados de la lotería se apuran a continuar las labores.
Hay tiempo para echar un taco, por lo menos una sopa instantánea. Suben a la camioneta rumbo a las entrañas de la bestia. En las faldas de los cerros. Las callejuelas con cientos de escalones. El siguiente desgraciado tiene los segundos contados.