Hace tiempo leí la historia sobre una mujer que odiaba a su suegra. Un día de aquellos, esta señora fue con un herbolario que tenía un remedio para envenenar a las personas lentamente y sin dejar huella.
El hombre le entregó la mezcla, dosis y las siguientes instrucciones: para que nadie sospeche de ti, tienes que tratar a tu suegra lo mejor posible, deberás ser más amable que nunca, de tal forma que cuando el desenlace suceda, nadie podrá acusarte.
La mujer, que deseaba con todas sus fuerzas deshacerse de “ese monstruo”, siguió las instrucciones al pie de la letra esperando que llegara la muerte. Con el paso de los días y las semanas, y a base de un buen trato y palabras amables, se empezó a encariñar con su suegra y ya no quería matarla.
Acudió nuevamente al herbolario para buscar un antídoto, porque había descubierto en su suegra una mujer extraordinaria y ya no quería deshacerse de ella. El señor le contestó que el tratamiento eran unas simples yerbas para condimentar la comida y que eran inocuas, que lo que realmente había matado al monstruo de su suegra había sido su buen trato.
Pablo de Tarso les decía a los filipenses: No hagan nada por egoísmo (rivalidad) o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo.
Jacob (el nieto de Abraham), habiendo sido un engañador, resultó ser mayormente engañado en casa de Labán, y ahí aprendió muchas cosas que le dieron una nueva perspectiva de los demás, y Dios le enseñó (entre muchas otras cosas) el valor de la humildad y de todas las personas, por ello, cuando se encontró con su hermano lo llamó señor, considerándose él como su siervo.
Consideremos a los demás, como decía Pablo, más importantes que como nosotros mismos. Seguramente descubriremos en ellos virtudes extraordinarias (como la suegra) que nos ayudarán a convertirnos mejores personas.
Misión para hoy: Tratar con humildad a todos, especialmente a mis enemigos.
¿Cree esto? Hable con Dios, lea la Biblia y descúbralo. Solo la Verdad nos hará verdaderamente libres.
Filipenses 2:3 |
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