sáb. Dic 21st, 2024

Por Gerardo Guerrero

A más de 200 años del Grito de Dolores, la independencia de México sigue siendo un tema de celebración, pero también de cuestionamiento. ¿Realmente significó una liberación para el pueblo mexicano o fue solo un cambio de poder entre élites? Esta interrogante resuena con más fuerza en un país donde las desigualdades sociales, económicas y políticas que marcaron el periodo colonial aún persisten.

La independencia, ¿un cambio superficial?

El movimiento independentista, encabezado por Miguel Hidalgo y otros líderes insurgentes, fue un acto decisivo para separar a México del yugo colonial español. Este proceso tanto político como social, se resolvió mediante una guerra civil multifacética que involucró a diferentes sectores de la sociedad. No obstante, las promesas de igualdad, libertad y justicia que lo acompañaron no se materializaron para las clases populares. Tras la independencia, el poder pasó de los peninsulares a los criollos, un grupo que, aunque excluido del control político durante el virreinato, no tenía intención de transformar radicalmente las estructuras sociales ni económicas.

La historia oficial ha glorificado a Hidalgo como el gran héroe nacional, pero algunas interpretaciones más críticas lo ven como un rebelde que, si bien luchaba por un cambio político, no ofreció una solución a las profundas injusticias que sufrían los indígenas, campesinos y mestizos. Las élites criollas buscaban mayor acceso al poder, pero mantuvieron intacto el sistema de explotación que beneficiaba a las clases dominantes, replicando las dinámicas coloniales bajo un nuevo control.

Desigualdad: una constante histórica

Las desigualdades que prevalecían durante el virreinato no desaparecieron tras la independencia. En lugar de desmantelar el sistema que oprimía a las mayorías, las élites criollas se limitaron a sustituir a los antiguos colonizadores. Los indígenas continuaron marginados, los campesinos siguieron sometidos a condiciones de explotación y las élites mantuvieron su poder económico y político. En este sentido, la independencia puede ser vista más como una transición de poder que como una verdadera revolución social.

Este patrón se ha repetido a lo largo de la historia de México. Incluso después de la Revolución Mexicana, las promesas de justicia social y redistribución de la tierra nunca se cumplieron plenamente. Hoy en día, las élites económicas y políticas, muchas de las cuales tienen conexiones históricas con las antiguas familias dominantes, siguen concentrando la riqueza y el poder, mientras que gran parte del pueblo mexicano continúa enfrentando pobreza y marginación.

¿Independencia o dependencia interna?

Si bien la independencia de 1821 significó la liberación formal del control español, la soberanía de México se ha visto constantemente limitada por factores internos y externos. A lo largo de los siglos XIX y XX, el país sufrió invasiones, intervenciones extranjeras y una creciente dependencia del capital extranjero, pero también enfrentó un problema estructural interno: las élites mexicanas han mantenido un control férreo sobre los recursos y las instituciones del país, perpetuando un sistema de dependencia interna que sustituye a la dominación colonial.

En la actualidad, estas dinámicas de poder no han cambiado sustancialmente. Aunque el discurso oficial celebra la independencia como un hito de la soberanía nacional, muchos mexicanos ven cómo las élites políticas y económicas actuales siguen explotando a las clases trabajadoras y marginando a los pueblos indígenas. Las recientes reformas políticas, como la Reforma Judicial promovida por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, han generado debate sobre si están encaminadas a fortalecer la democracia o, por el contrario, a concentrar aún más el poder, lo que muchos temen que pueda derivar en una dictadura, evocando las viejas luchas entre élites y clases populares.

¿Qué independencia celebramos?

La pregunta que resuena, entonces, es: ¿qué independencia celebramos realmente? Las promesas de los insurgentes, aunque inspiradoras, no han logrado traducirse en una transformación profunda de la realidad social mexicana. Más de dos siglos después, las estructuras de desigualdad y explotación siguen vigentes. La lucha por una verdadera emancipación parece aún pendiente, mientras que la independencia que se conmemora cada septiembre podría entenderse más como un triunfo simbólico que como una liberación efectiva de las cadenas de la opresión.

La historia de México parece ser, en muchos aspectos, la historia de un país que cambia de “titiritero” sin alterar sustancialmente las condiciones de explotación y desigualdad que afectan a las mayorías. Como señaló el escritor Octavio Paz, el pueblo mexicano ha vivido con un profundo sentido de sometimiento, un complejo que se remonta a la conquista y que ha sido difícil de erradicar.

Una independencia aún por conquistar

Aunque las fechas se glorifican y los nombres de los titiriteros cambian, las luchas de fondo permanecen. La independencia, la Revolución Mexicana y otros movimientos sociales y armados han prometido cambios profundos, pero el problema de fondo nunca ha sido resuelto: las estructuras de poder en México han sido siempre controladas por unas cuantas manos, dejando a la mayoría en una situación de desventaja.

La independencia fue, sin duda, un paso necesario para que México se liberara del control colonial, pero el sueño de una verdadera justicia social sigue siendo una tarea inacabada. La historia oficial puede ofrecer un relato heroico, pero la realidad sugiere que la independencia, más que una revolución social en favor de las clases populares, fue una transición de poder que benefició a unas nuevas élites.

En una nación donde la explotación de los trabajadores, la marginación de los indígenas y las profundas desigualdades económicas aún son una realidad cotidiana, la verdadera independencia, entendida como emancipación de todas las formas de opresión, es un proyecto que sigue en construcción. Mientras tanto, el pueblo mexicano sigue buscando su lugar en una historia que, hasta ahora, ha sido escrita principalmente por los vencedores. Así pues, conmemoramos el fin del dominio español y la emancipación de México como país.

Una celebración utópica y quimérica

En este contexto de reflexión sobre la independencia, es importante señalar que  hoy celebramos una independencia utópica y quimérica; en un país que enfrenta una interminable serie de crisis socioeconómicas y políticas, y donde el narcotráfico se ha convertido en una sombra omnipresente, cada vez más normalizada en la vida cotidiana.

Pero, como ha sido por siglos, al pueblo se le ofrece pan y circo. Así que, entre fuegos artificiales y desfiles, glorifiquemos una independencia que, en su esencia, nunca se ha materializado plenamente. Los problemas estructurales que deberían haber sido resueltos siguen latentes, esperando aún una verdadera transformación.

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