Por Gerardo de la Garza
Es sorprendente cómo los estadounidenses veneran a sus héroes nacionales, incluso más allá de la muerte. Por ello, el éxito del libro de Seth Grahame-Smith, “Abraham Lincoln: Vampire Hunter”, es realmente notable. Este fenómeno literario ha captado la atención del público de manera fulminante, mostrando una vez más cómo la cultura pop puede reinventar y popularizar la historia de manera impactante.
La premisa de “Abraham Lincoln: Vampire Hunter” es tan intrigante como su título sugiere: el 16.º presidente de los Estados Unidos lleva una vida secreta como cazador de vampiros. La narrativa nos lleva a sus años de juventud, cuando Lincoln descubre, gracias a su padre, Thomas, que los vampiros son más que una leyenda y que su madre y abuelo fueron víctimas de uno de ellos.
Con el tiempo, Lincoln se encuentra con un vampiro “bueno” llamado Henry Sturges, quien le revela los secretos del vampirismo y se convierte en su mentor durante un verano decisivo. Este entrenamiento transforma a Lincoln en un experto en el manejo de armas punzocortantes, siendo el hacha su favorita. A medida que avanza su vida, Lincoln, con la ayuda de Sturges, persigue a varios vampiros y se entera de que estos seres han estado usando a los esclavos como su principal fuente de alimento. Esta revelación lo lleva a convertirse en un ferviente abolicionista.
De este modo, la historia prepara el terreno para la guerra civil, que históricamente se ha entendido como un conflicto por la abolición de la esclavitud. Sin embargo, esta obra plantea una versión alternativa en la que la guerra civil no solo busca acabar con la esclavitud, sino también proteger a todo el continente americano de convertirse en la despensa de los vampiros, un giro que seguramente sorprenderá a muchos académicos e historiadores.
Sin embargo, hay un aspecto que me deja perplejo: el personaje de Henry Sturges. Este vampiro, que ayuda a Lincoln en su cruzada, sostiene que existen vampiros “buenos” y “malos”. Esta idea me resulta poco convincente, similar a la absurda concepción que se presenta en “Crepúsculo”, donde Edward explica a Bella que los vampiros no se queman con el sol, sino que su piel brilla como diamante. ¡Por favor!
A pesar de todo, considero que este libro es una innovadora manera de introducir el complejo tema de la guerra civil a nuevas generaciones, aunque lo haga de una forma poco convencional y hasta arriesgada. Muchos ven a Lincoln como una figura sagrada, y es comprensible que algunos se sientan ofendidos al convertir la imagen sobria de este presidente en un héroe de acción. No obstante, la idea ha resultado ser tan exitosa que ya se ha adaptado al cine. Así que no sería sorprendente que en el futuro viéramos libros sobre un George Washington que decapite zombies o un Benito Juárez que combata momias aztecas con la ayuda de un chamán de Teotihuacán.