mié. Abr 16th, 2025

Cosas del Tony

Por: Antonio Sánchez R.

Algo tiene el poder, en cualquier de sus niveles, que enferma a quien consigue ubicarse en alguna posición desde la cual se emiten señales de que una seria transformación está registrándose en la persona, al grado de que en un santiamén parece un individuo distinto.

Una silla o un escritorio de una oficina pública, ya sea alcaldía, gubernatura o presidencia de la república, o de cualquier dependencia oficial municipal, estatal o federal, nada tienen que ver en la transformación del individuo, sino más bien es el individuo mismo el que, al subirse al ladrillo o escalón alcanzado, se marea al saborear las delicias de ese pedazo de pastel o del banquete completo del cual podrá disponer a su antojo.

Una simple curul, una representación en el poder legislativo, local o federal, suele causar serios trastornos del comportamiento humano, sin importar edades o posición social del recién llegado “curulero”: el efecto es inmediato. Es más, desde antes de rendir protesta, su pensamiento no está centrado en sus representados, sino en él mismo.

La representación del poder a través de una oficina, un escritorio, una silla o una curul, se convertido en simple cliché del que se valen algunos “aguzados” para captar la atención de una “clientela” mediática dispuesta a creer en algo cuando se siente engañada o decepcionada.

Sacar la silla del despacho del gobernador, como lo hiciera el tristemente célebre ex gobernador “Bronco”, aduciendo que “esa silla enferma de poder”, tuvo en su momento su dosis de “gancho” mediático, pues en ese simple mueble se sentaron no sólo los dos antecesores del hoy ex gobernador “independiente”, sino también políticos de gran altura como don Alfonso Martínez Domínguez, o Don Raúl Rangel Frías.

Asociar el mobiliario de una oficina a la reacción que pueda tener un funcionario público cuando accede a ese lugar, asignándole categoría de enfermedad al comportamiento negativo que se pudiese presentar, es simple estrategia de medios.

La silla o el escritorio no enferma a nadie. Es el entorno lo que termina por vencer las buenas intenciones, si es que alguna vez las hubo. Es la persona misma la que, embriagado por las lisonjas y las adulaciones, se transforma y adquiere una personalidad muy distinta a la que se vio en campaña y muy distante de sus propósitos primarios.

¿O acaso gobernadores como los ya mencionados se mostraron alguna vez con la razón nublada por el poder adquirido como gobernantes? Tanto Martínez Domínguez, como Rangel Frías, considerado un verdadero sabio, son de lo mejor que ha tenido nuestro estado, sin olvidar a don Eduardo Livas Villarreal, a don Eduardo Elizondo o hasta a Pedro Zorrilla Martínez. Ellos son ejemplo claro de que una silla, nada tiene que ver con la condición que se le asignó a la silla gubernamental. Simple representación visual. Semiótica pura.

La condición humana hace a los individuos adoptar frecuentemente esas aptitudes “camaleónicas” de las que ya hemos escrito anteriormente y, por ende, no es extraño que, de igual manera, provoque cambios significativos en el comportamiento de quienes llegan a ocupar algún cargo público, especialmente cuando se trata de cargos de cierta importancia.

Aunque tampoco es raro ver a funcionarios de niveles o mandos intermedios ostentar lo que no es, presumir que tienen poder cuando en realidad no alcanzan relevancia alguna. Eso no les importa, pues abundan los casos en los que convierten sus pequeños espacios en presuntos cotos de poder en los que nada más “sus chicharrones truenan”.

Uno de los ejemplos más patéticos de la transformación que puede llegar a registrar un funcionario público es nuestro actual gobernador, quien hace unos 10 años se veía como un simple jovenzuelo inexperto y soñador, hoy está radicalmente transformado y la verdad, no tiene remedio. Ya veremos y diremos…

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