jue. Dic 19th, 2024


El Mundo siendo Mundo, no me podrá vencer; si cabe en cinco letras, muy grande no ha de ser

Por Salvador Hernández LANDEROS

Hay ocasiones en que hemos pronunciado esa frase, cuando por casualidad, nos encontramos a alguien con quien nunca imaginamos que íbamos a coincidir.

Aclaro: No soy afecto a relatar casos que como periodista cubrí, sobre todo aquellos en los que hubo familias que resultaron lastimadas por un hecho trágico y, mucho menos, en los que se procedió con violencia.

Como reportero cubrí dos lamentables sucesos con diferencia de dos años. En 1975, un trágico percance vial que enlutó a una familia empresarial de San Pedro y, en 1977, un homicidio, hoy feminicidio, que involucró a dos hermanas, estudiantes del Tecnológico, el cual, por ética, nunca voy a relatar. 

Hace 46 años…

Era un invernal domingo del mes de enero de 1975, muy frío, cuando llegué a la redacción del Diario de Monterrey que recién había iniciado sus operaciones el 22 de noviembre de 1974. 

Me tocó hacer la guardia. llegué a las siete de la mañana a prender y revisar los teletipos. Separar y puntear (poner acentos) a las notas de las agencias internacionales. (EFE, REUTER, AP y otras).

Cuando inició el Diario de Monterrey, no publicaba sección policiaca. La nota roja local no estaba en el proyecto inicial. Sólo las internacionales o nacionales.

Esa fría mañana, como a las nueve, entró una llamada del conmutador 59-25-25, a la sala de redacción. Ya había llegado Ramón González, jefe de fotógrafos quien contestó y me dijo: “Hablan de la Cruz Roja”.

Tomé el teléfono y atento escuché lo que me decían: “Acaba de ocurrir un accidente muy grave en San Pedro, en la carretera a Chipinque, hay víctimas”.

Colgué y lo comenté con Ramón. Coincidimos en que no se publicaba la nota roja. Sin embargo, también coincidimos en que, por el sector, podría ser “otra desgracia” y decidimos acudir. 

De inmediato Ramón corrió por su cámara fotográfica y rollos. Yo fui con el jefe del departamento de circulación Raúl Villaseñor para que nos apoyara con un VW Safari con logos.

Con él estaba un distribuidor de nombre Severo González, excelente conductor que se sabía todas las travesías y en 15 minutos no llevó hasta el lugar del accidente.

Cuando llegamos al lugar había mucha gente, sobre todo personal de seguridad privada que no permitía que se tomaran fotos y menos que alguien se acercara.

Era un estrellamiento de dos automóviles, uno de lujo y otro, un viejo modelo. En el interior del primer vehículo estaba una víctima, jovencita, cuyo cuerpo habían cubierto con una sábana azul celeste. 

El cerco que formaron los guardias privados, todos bien vestidos, era muy amplio. Cubrieron las placas del automóvil y nadie proporcionaba información.

Ramón y Severo, muy prudentes y respetuosos guardaron sus cámaras que ya habían accionado y se retiraron hacia el Safari, mientras yo me ponía de acuerdo con un “contacto” que fue a tomar parte del percance.

Nos retiramos al casco de San Pedro Garza García a una fonda para almorzar y hacer tiempo para platicar con el “contacto” que proporcionaría la información.

De regreso al periódico comentamos el hecho. Nos lamentamos por la víctima y el dolor de la familia de San Pedro que el otro conductor les había causado.

Cuando llegamos a la redacción me sorprendió ver ahí al subdirector, al buen amigo y mejor periodista, Romeo Ortiz Morales, quien me llevó a su escritorio y me dijo: “A ver Chavalito, cuéntame si traes la información y fotografías”.

Le relaté todo lo ocurrido y me ordenó: “Dile a Ramón que revele el rollo y me lo entregue y sin ninguna impresión. Y tú, por favor, en una cuartilla dame todos los datos y no hagas la nota”.

Y prosiguió: “Me habló don Ramón, (Pedroza Langarica) que le había llamado el señor Francisco González, para que no se publicara la nota, que además era política de la empresa no publicar ese tipo de información”.

Entendí la orden. Entregué la información a Romeo. Los datos en papel los tiré al cesto de basura, pero los datos aún los conservo en mi memoria. La ética selló mis labios. Y así seguirá…

Pasaron 36 años…

La vida me llevó por diferentes rumbos durante los 36 años siguientes hasta que una mañana de julio del 2010 me encontraba en el Vips de Hidalgo y Emilio Carranza con un grupo de admirados y esplendidos amigos.

Santiago Candanosa, quien también estaba en el grupo se levantó para atender en otra mesa a una pareja. Noé Carmona y Karla Tijerina, quienes comentaron que había una injusticia en la Normal de Maestros “Miguel F. Martínez”.

En un momento dado, Chago me habló para que me acercara con ellos. Me presentó a la pareja y me confiaron esa injusticia y que ningún medio le ponía atención a su denuncia. Rodrigo Medina iba a cumplir un año como gobernador.

Me interesó su denuncia. Les trace una estrategia apoyada en la tecnología y a través de las incipientes redes sociales.

La estrategia funcionó. El gobernador los atendió a través de Juan Manuel Parás. Los medios se gancharon y hasta editorialistas se colgaron, algunos para lucrar con el movimiento, ofreciendo la compraventa de libros.

Otros diez años…

Después de ir y venir transcurrieron diez años. De vez en cuando coincidía con Noé Carmona y Karla Tijerina. Ella falleció y las injusticias volvieron a esa Normal de Maestros con el actual gobierno independiente.

Al inicio del 2020, antes de desatarse la pandemia por el Covid-19, me reuní con Noé Carmona en un lugar por Revolución donde conversamos un par de horas.

Nos despedimos y me dirigí a abordar un taxi y con su amabilidad de siempre, me ofreció traerme a casa. El trayecto fue por donde en 1975, Severo González nos había llevado a Ramón González y a mí, a ese percance en la carretera a Chipinque. 

El recuerdo me agolpó y le relaté sobre la primera vez que yo había andado por ese rumbo, de cuando fui a cubrir este trágico accidente.

En ese momento Noé orilló su auto y me preguntó. “Usted andaba en ese choque donde murió una jovencita”. Le respondí que sí. Y él me contestó. “Yo también andaba ahí”.

“Fue una mañana de un domingo muy frío”, me dijo. Le respondí que sí, que yo andaba reporteando y él me reviró; “pues yo andaba con mi papá, persiguiendo a quien se había llevado su carro”.

Ambos nos miramos asombrados y le recordé esa frase. “Qué pequeño es el Mundo”. 

También le dije: Ese percance ocurrió hace 45 años, después de 35 años lo conocí a usted y luego de 10 años de tratarnos, estamos hoy hablando de un hecho en el que ambos estábamos en el mismo lugar hace 45 años.

Un año después…

Mañana domingo se cumplen 46 años de esa tragedia y hoy medito sobre las cosas que la vida le da a uno.

Se me viene a la mente el autor Silvio Rodríguez que con mucha razón dice: “Coincidencias tan extrañas de la vida, tantos siglos (años), tantos mundos, tanto espacio, Y coincidir” …  y de qué manera….

chavalolanderos@yahoo.com.mx

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