Por Salvador Hernández LANDEROS
Por dignidad, por el honor familiar, por respeto a su oficio, Manuel González
Flores, debería renunciar a su cargo de Secretario General de Gobierno.
Por su parte, “El Bronco”, su jefe y amigo, debía aceptar su renuncia o cesarlo.
En su posición se le tacha de cómplice y, en el peor de los casos, de inocente.
Se dice que en la vida hay tres cosas que no se pueden ocultar. El embarazo,
el dinero y la tontejez. A Manuel no lo sorprendieron por embarazo.
Durante los últimos días, a través de Tv Azteca y el periódico El Horizonte, se
señaló al funcionario estatal de poseer una muy dudosa bonanza.
El señalamiento, con soporte de videos y fotografías, de una modesta vivienda
pasó a una lujosa residencia en sólo cuatro años en su cargo oficial.
Pero no sólo eso, el Secretario General de Gobierno, también hace un derroche
de recursos púbicos, al contar con 34 elementos para su seguridad.
Asimismo, semanas atrás, en su edición Sierra Madre el periódico El Norte
desplegó amplia información sobre problemas en un divorcio matrimonial.
Las causas personales son de índole privado, pero la mujer señaló que su ex
marido era asistente del funcionario y “ella solo veía pasar los millones”.
A González Flores también se le señala como el principal operador en el caso
de las “Bronco-Firmas”, haciendo uso indebido de los recursos oficiales.
Él es “hombre de todas las confianzas” de Jaime Rodríguez Calderón. ¿Qué le
sabe Manuel al Gobernador? Quién sabe. Eso es cuestión de ellos.
Pero con los señalamientos al número dos del Ejecutivo, quien más pierde es
“El Bronco”. Si lo encubre, es cómplice. Y si no lo sabe, un cándido inocente.
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