Arnulfo Vigil
El tiempo corre y el final se acerca ya en la carrera desbordada de los precandidatos a obtener un puesto de elección popular por cualquier partido, como que se hará en los próximos días, y posteriormente como candidatos en el mes de febrero.
Pero existe un asegún: si bien un aspirante no lo han corroborado como precandidato, en esta próxima fecha puede que lo confirmen, si no, pues no. Otro será el elegido. Lo cierto es que un precandidato puede caer. Y esa es la angustia que corroe las entrañas de muchos gambusinos de la política.
Es la ley de los partidos sujetos a reglas estrictas ordenadas por la Comisión Estatal Electoral, en consonancia con el INE. Quienes se sientan atraídos para participar en un puesto de elección popular, tienen que acatar esas reglas. De lo contrario no habrá esperanza alguna. El camino de los independientes está cerrado, salvo uno o dos casos. El Independiente mayor echó por la borda esa opción realmente valiosa en el contexto del cada vez más repudiado sistema de partidos.
Para llegar al puesto se tiene que recorrer ese camino agridulce. No hay de otra. Y los partidos ajustan sus propuestas de acuerdo a la circunstancia y a los compromisos. Algunos sin tomar en cuenta la militancia, la tradición ideológica, el compromiso con los ciudadanos. Se trata de la lucha por el poder en cuanto poder, no en cuanto a transformar la sociedad.
La precandidata Clara Luz Flores, el partido Morena la ha postulado sin haber bregado en ese movimiento, sin haber hecho nada a favor de la militancia Morena, con antecedentes malolientes en sus desempeños anteriores, sin creer en el credo de AMLO. Llega a la precandidatura, y quizá a la candidatura, por un compromiso realizado entre Yeidkol Polevnsky, en su calidad de presidente en funciones de Morena (cuando lo era, en el 2018), con Abel Guerra, ejemplo del político prehistórico y depredador del entorno ambiental, para impulsar a la mencionada Clara Luz. Dicho compromiso ha sido refrendado por el actual presidente de Morena, Mario Delgado. Esa es la clave. Así lo expone Ricardo Aguilar Cárdenas en su libro Morena en Nuevo León.
Y lo comprueba: “Segundo error de Morena: imponer alianzas inmersas en un pragmatismo ramplón, con personajes de comprobada dudosa probidad y con antecedentes de corrupción, con riquezas mal habidas, hundidas en negocios al amparo del influyentismo, virtuosos de la manipulación, los clientelismos y corporativismos políticos en Nuevo León, del PRI, del PAN y del gobierno independiente: Rafael Zarazúa Olvera, Abel Guerra Garza, Alfredo Treviño, Víctor Hugo Govea y Claudia Tapia Castelo, entre otros”.
Este es el contexto en el cual nace la precandidatura de Clara Luz Flores, que en realidad es la tapadera de Abel Guerra Garza, quien siempre ha soñado con ser gobernador, a grado tal que ha salido peleado con los tres gobernadores anteriores a los cuales ha servido.
Los partidos nombran a sus candidatos en consonancia con la militancia, con su estatuto, su declaración de principios, su formación ideológica. Se entiende la aparición de Fernando Larrazábal, por el PAN, de Adrián de la Garza por el PRI, de Samuel García por Movimiento Ciudadano.
Pero no se entiende la precandidatura de Clara Luz Flores, porque no cumple con lo estipulado por el partido Morena. Si es así, entonces Morena es un partido peor que el PRI, el PAN y al PRD. Y Clara Luz traicionó al PRI.