dom. Oct 13th, 2024


Óscar Tamez Rodríguez
La insatisfacción por las democracias liberales trajo el resurgimiento del populismo. Éste se constituye por dos figuras, un líder que sabe manipular a la masa y la masa que se abroga la propiedad del concepto pueblo como soberano.
El teórico francés Pierre Rosanvallon en su libro “El siglo del populismo” señala que ante el surgimiento de líderes polarizantes quienes utilizan el discurso de democracia basada en los igualitarismos que empoderan al pueblo, se constituye una “democradura”, es decir, un poder autoritario con tintes democráticos que si bien puede ser reversible es excluyente y antidemocrático.
La democradura es democracia, sí, pero una democracia autoritaria, tiránica, la cual cancela otros poderes como el legislativo, el judicial y los autónomos mismos que le son contrarios pues quien ejerce el poder en la democradura no tolera algún otro poder ajeno al suyo.
La culpa del resurgimiento del populismo es de las democracias representativas. Las democracias en su teoría siempre han establecido la figura del pueblo soberano, una expresión retórica, inviable y manipuladora que otorga vida a modo y acomodo al “pueblo”, y que ante el distanciamiento de quienes ejercen y sufren el poder, los sistemas se fracturaron.
Los populistas con frecuencia surgen de las élites del poder y abanderan las causas de las muchedumbres populares. El incremento en la desigualdad social y económica durante la etapa del llamado neoliberalismo, ahondó en los resentimientos entre quienes no tienen o tienen poco contra los que tienen mucho.
La movilidad en la escala social que ofrecía la educación quedó rebasada al grado que, en la actualidad en países como México, aspirar a un grado universitario no garantiza mejores condiciones sociales o económicas.
El mínimo o nulo acceso a la salud y la pérdida del poder adquisitivo en “el pueblo” favoreció el rencor contra la clase política representada en los partidos y los gobernantes surgidos de esa élite.
La clase política también nulificó la movilidad social que ofrece el acceso al poder, el reparto de posiciones políticas, el nepotismo y la sucesión hereditaria de facto en los tres poderes de la Unión, acrecentaron el deseo de cambio y la rabia del pueblo ante su impotencia para contar con gobiernos justos.
La consecuencia fue la gestación del populismo mediante las estrategias de la democracia semidirecta o participativa. El pueblo quiere y exige entrar a la toma de decisiones del gobierno y no sólo en la elección como sucede en las democracias representativas.
Surgen desde las democracias del siglo XXI los gobiernos populistas, incluido México. Rosanvallon afirma que “los movimientos populistas tienen en común el hecho de considerar al pueblo como la figura central de la democracia”, lo cual en teoría es cierto, pero en la práctica ese pueblo movido por un populista segrega a otro sector del mismo pueblo.
El pueblo populista es excluyente, iracundo, agresivo contra la otra parte del pueblo. La línea divisoria entre uno y otro es en las llamadas clases medias, ese sector del pueblo que lo mismo cabe dentro del populismo que dentro del pueblo élite. Rosanvallon los diferencia como pueblo-clase (como masa social) y pueblo-cuerpo cívico (como estructura del poder político).
Los populistas aluden al pueblo-clase bajo el argumento de igualdad, entonces ellos deben decidir pues son las mayorías en la democracia. Con ese discurso que sirve para exacerbar enconos y resentimientos, el populista construye su democradura.
La democradura es una tiranía surgida y avalada por la democracia.

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