vie. Jul 26th, 2024

Lorena Gurrola
Recientemente inicié clases de baile; el antecedente del último intento, es en el que una maestra cubana me dijo “Lorena, tienes la sensualidad de un tronco”, sí, así de mal lo hago.
Lo volví a intentar porque estoy convencida de que no vinimos a esta vida a hacer solo lo que hacemos bien; de ser así, no podría ni respirar, pues hace un tiempo un gran amigo y maestro de yoga me decía, que también eso lo hacemos mal.
Lo primero que dijo el maestro es que entre los bailarines siempre debes decir que sí cuando te saquen a bailar y siempre debes invitar a bailar a alguien, sepa o no sepa; ya que en su ideología todos alguna vez no supieron hacerlo y recibieron la invitación y la enseñanza de alguien, así que esta era una manera de “regresar”, recordé que en grupos de meditación también hablan de “asentir” explicándolo como, decir que si a todo lo que venga, como venga, desde ahí me gustó.
También encontré que había personas que lo hacían mucho peor que yo, un joven que en el tiempo que estuve ahí jamás logró ir con la música, pero que tenía la sonrisa más grande que jamás había visto y el rostro iluminado de felicidad, supongo que por su esfuerzo y su progreso. Más tarde llegó una adulta mayor, que había encontrado la forma de hacer los pasos en la medida que su cuerpo le respondía y que tenía las rodillas raspadas, señal de que esa mujer se lanzaba a la aventura más seguido que yo.
La segunda lección del maestro es que en el baile el hombre es el líder y su deber es poner primero, segundo y tercero a la mujer, y en cuarto ponerse él, que su responsabilidad era hacerlo bien para que la mujer se luciera, y esto para la controladora que hay en mí y con la que lucho diariamente, fue un problema, advertí entonces mi dificultad para seguir a un líder y dejarme llevar con una guía, me sorprendí varias veces bailando sola porque no esperaba a mi compañero.
En algún punto, me volvieron a decir tronco de una manera más sutil, cuando a media clase de salsa el maestro me recuerda que es un baile que no exige técnica sino alegría, que se debe disfrutar de manera natural sin estar preocupados por hacer bien los pasos, ahí estaba haciéndolo de nuevo, estresándome en lugar de divertirme.
Al terminar la clase de 3 horas, yo me inscribí, porque soy malísima bailando, pero también, por todo lo que tenía que aprenderle a este grupo, y a la música; alegría de la salsa, sensualidad de la bachata; me fui con la cabeza llena de reflexiones. Al igual que cuando hace días empecé de nuevo clases de manejo con mamá, me di cuenta de que, aunque estoy rígida y tensa todo el tiempo, en algún momento en el que menos lo espero, pese a que, mi cuadratura y búsqueda perfeccionismo intentan arruinar la experiencia, la verdad es que lo disfruto.
Me recuerdo tener paciencia, no con otros, sino conmigo misma, a veces esto resulta más difícil, y al final del día, la mejor de las lecciones, es la de humildad, no, no tengo que ser la mejor en todo lo que hago, a veces solo puedo aspirar a mantener un papel de una buena aprendiz, y hacer lo mejor que pueda.
Y como siempre, me llevo todo este aprendizaje al terreno de lo político; creo que, en la política como en el baile puedes ser bueno, malo, el mejor, el peor, estar aprendiendo o incluso ser un gran maestro, pero siempre, siempre, se trata de seguir a un líder, así que sin importar que creas poder superarlo, la regla del baile es, que tú no bailas solo, aunque te sepas la coreografía, bailas al ritmo de tu guía, que si olvida el paso, o lo pierde, volverá a retomar el ritmo marcando el básico y tú, cómo estás bailando con él, y no solo, pero tampoco con el grupo o con otro líder, lo acompañarás a encontrar de nuevo el paso, después de todo ¿no es eso también una forma de lealtad? Ahora que si aún así eso no funciona, diría un buen amigo, pues se vale cambiar de pareja de baile.

Por Admin

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *