Por Gerardo Guerrero

El debate político, debería ser un foro para el intercambio de ideas y propuestas significativas, sin embargo, lamentablemente se ha transformado en poco más que un espectáculo teatral de vanidades y estrategias carentes de sustancia.

Lo presenciado la noche de ayer 19 de mayo, dista mucho de lo que se espera y anhela de un verdadero debate; en su lugar, observamos a tres individuos enfrascados en un intercambio de dimes y diretes, en ataques personales, en mentiras, en defender lo indefendible, en jactarse, alardear y autoglorificarse sistemáticamente de sus supuestos logros, y en mutar de políticos a estadistas o a pseudoespecialistas de diversos temas; en si, cada uno de ellos siguió al pie de la letra su personaje y el guion establecido, no hubo nada a resaltar, o quizás eso fue precisamente lo más sobresaliente, que no hubo nada destacable.

En el espectáculo que presenciamos la noche de anoche, no hubo lugar para propuestas concretas ni para discusiones relevantes y genuinas. Fue un ejercicio vacío, una pérdida de tiempo tanto para los participantes como para los espectadores.

De los tres debates celebrados, el más reciente fue el que menos contenido ofreció y presentó pocas o nulas propuestas para el avance y mejora de la sociedad. Sin embargo, resultó notable y preocupante que una de las candidatas mencionara la posibilidad de un fraude electoral, planteando y generando posibles dudas sobre la integridad del proceso de votación, ¿acaso una advertencia legítima sobre probables irregularidades o simplemente una estrategia para justificar una eventual derrota?

Este lamentable estado de los debates políticos refuerza la idea de que la política es demasiado seria para ser dejada exclusivamente en manos de los políticos. Es imperativo que la sociedad participe activamente en los comicios electorales, ejerciendo su voto de manera informada, consciente y apartidista este próximo 2 de junio. De lo contrario, como mencionó Platón “Uno de los castigos que deben sufrir quienes rehúsan a ocuparse de la política, es que acabarán siendo gobernados por hombres peores que ellos.”

Como televidente y elector, debo admitir que la noche de ayer desperdicie poco menos de 7,200 segundos de mi vida, en un debate estéril que no aporto nada sustancial al proceso democrático. A lo más que lograron hacer los 3 candidatos, fue a generarme aburrimiento, bostezos y somnolencia, lo cual debo agradecer, ya que lograron ahuyentar al insomnio.

Por otro lado, por no dejar de lado el vergonzoso espectáculo ofrecido en el debate estatal de Monterrey del pasado sábado, diría que no hay nada que mencionar o que prefiero no ahondar en detalles. Simplemente experimente vergüenza y pena ajena, con el deplorable desempeño de los candidatos. Bien nos tenemos ganada la reputación cuando nos señalan que la ciudad de las montañas es un rancho grandote, fue deplorable lo de la noche del 18 de mayo, sin embargo, a nivel nacional no se cantan mal las rancheras. Queda claro que el problema no es exclusivo de lo acontecido en tierras regias, sino que se extiende a nivel nacional. La Sultana del Norte es un reflejo de la lamentable, mediocre y patética realidad política en la que nos encontramos inmersos.

En conclusión, en el escenario electoral, los políticos actúan como hábiles actores, interpretando roles y manipulando las emociones del público para ganar su favor, en lugar de presentar propuestas significativas. Sin embargo, es paradójico e irónico que en una profesión tan influyente como la política, pareciera que la preparación no sea considerada como un requisito prioritario y esencial. Esta falta de exigencia de profesionalismo, pone en peligro la seriedad y la integridad del proceso político. Además, la visión simplista del mundo que algunos políticos adoptan, dividiendo a la sociedad en aquellos que consideran enemigos y aquellos a quienes subestiman como tontos, solo perpetúa la polarización y obstaculiza el verdadero progreso, olvidando la complejidad y diversidad de la sociedad que representan.

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