Hace un tiempo escuché al arqueólogo regiomontano Daniel Puente en una estación de radio hablar lo siguiente sobre el íbice.
Es un animalito parecido a la cabra y es la figura representativa de los parques de Israel y vive en el desierto de En-gadi, ahí donde David se escondió y le perdonó la vida a Saúl.
En tiempos de abundancia existen algunos oasis con agua deliciosa para el sediento, pero en tiempos de sequía no hay más que desolación.
Este íbice (cabra montés) sabe que alrededor sólo hay desierto y muerte pero olfatea la humedad del subsuelo y permanece ahí, esperando, con el hocico y las pezuñas destrozadas por la deshidratación tratando de encontrar agua, entonces el íbice da un fuerte berrido y cae sin aliento. Los hombres que lo escuchan a lo lejos saben que el íbice ha muerto.
Entonces el salmista toma la pluma y escribe… como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. (Salmos 42)
Dios le decía al profeta Oseas sobre su pueblo, que lo atraería, lo llevaría al desierto y le hablaría al corazón (2:14)
Ahí en el desierto, en el anhelo profundo del corazón de sobrevivir, nuestra alma tiene sed del Dios vivo, y el Dios vivo se revela de una manera sobrenatural, dejando morir la carne y vivificando el espíritu.
Lo hizo con Jesús al llevarlo al desierto y lo hará contigo, matando de hambre y sed nuestros miedos y pecados, dejando morir lo corruptible en nuestro ser, pero fortaleciendo nuestra fe y nuestro espíritu.
Dios quiere que muera todo lo pasajero en ti para dar vida a lo eterno. Deja que hable directamente a tu corazón.
¿Cree esto? Hable con Dios, lea la Biblia y descúbralo. Solo la Verdad nos hará verdaderamente libres.
Mateo 4:1 | Salmos 42
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