Por Manuel Carmona
No hay plazo que no se cumpla y el próximo primero de octubre llega a su fin la primera parte de un periodo de gobierno polémico de principio a fin, al mismo tiempo tan aclamado como severamente criticado.
Ya vendrá más adelante el tiempo para hacer una rigurosa evaluación, un balance amplio y pormenorizado de los eventuales logros conseguidos y de los reproches por las promesas incumplidas, rubros de los cuales ya a estas alturas se ha empezado a escribir pero aún resta mucho por enumerar en los días por venir.
Pero en este momento es imposible no emitir al menos una primera impresión y podemos partir de que a diferencia de otros sexenios, con excepción de Miguel de la Madrid y de Ernesto Zedillo, la mayor parte de los Presidentes han terminado sus periodos acompañados de un gran rechazo social. El ejercicio del poder, la toma de decisiones difíciles, trae consigo un fuerte desgaste y de la condena pública no es posible escapar.
Por esa razón a los Presidentes que terminan, se les rechaza o se les reconoce, pero lo que ha venido prevaleciendo en un sentido o en otro, es un posicionamiento generalizado, lo que no ocurre esta vez con Andrés Manuel López Obrador porque las opiniones se encuentran divididas.
Los beneficiarios de sus políticas públicas, su amplia red de caridad clientelar pública-electoral le dan la máxima calificación. “Nunca antes ningún gobernante se había preocupado por su pueblo” afirman convencidos. La gratitud y el reconocimiento al Presidente que termina incluso alcanza niveles de culto.
Pero en el segmento de población de clases medias entre los cuales se encuentra el ciudadano medianamente informado e involucrado en los asuntos públicos, existe una gran preocupación e irritación por las numerosas decisiones gubernamentales que se tomaron a lo largo del sexenio.
Existe incertidumbre por lo que pueda venir, después de las modificaciones a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que permite una enorme concentración del poder en la figura del Poder Ejecutivo.
La historia universal nos ha mostrado en innumerables ocasiones lo que ocurre en los modelos de gobierno donde no existen los contrapesos, de ahí que el modelo republicano donde el poder se encuentra repartido en Ejecutivo, Legislativo y Judicial es el más popular en el mundo actualmente.
Solo uno de cada cinco países en el mundo se rige por una monarquía y los restantes han optado en algún momento de su vida por el establecimiento de un régimen democrático.
El caso es que los modelos de gobierno donde el poder se ejerce de manera centralista y absolutista, es de una tendencia que viene a la baja, por eso es de llamar la atención que en México estemos dando pasos en dirección a un autocracia sin duda con el amplio respaldo de las mayorías, pero que ha sido señalado y fuertemente cuestionado también en los últimos meses en las plazas públicas, en los medios de comunicación convencionales y en las redes sociales, también por un importante sector de población.
Creo que es pronto para intentar llegar a un veredicto, no hay mejor juez que el tiempo y lo que hoy se pretende abordar solamente, es el aspecto de la percepción pública que se tiene del gobierno que finaliza su periodo, pero no hay manera de emitir una opinión concluyente en virtud del clima de polarización y crispación política nunca antes vista, que se vive en el país.
Una sociedad tan dividida como la nuestra, chairos contra fifís, liberales vs. Conservadores, buenos contra malos, no permite la construcción de acuerdos de largo plazo e inhibe la posibilidad de poder avanzar en la implementación de políticas públicas exitosas que pudieran redundar en un beneficio para la sociedad.
Por eso muchos esperamos de manera ferviente que con el inicio del nuevo sexenio, en el segundo piso de la 4ª. Transformación la próxima Presidenta de la República se avoque a promover de inmediato un clima de reconciliación.
A nadie conviene seguir abonando a promover nuestras diferencias, lo que se traduce en retrasos en el cumplimiento de objetivos de gobierno de corto, mediano y largo plazo.
No necesariamente dar un giro brusco en el camino y en las metas trazadas por su antecesor, sino al menos coadyuvar, para matizar las discrepancias y que le apueste más a convencer, que a imponer.
En verdad hace mucha falta distensar los ánimos y serenar a un país que está partido y enfrentado consigo mismo.
* El autor es abogado, escritor y analista político.