Por Gerardo Guerrero
Ayer, al menos de manera formal, la pesadilla obradorista llegó a su fin. Pero antes
de sacar las serpentinas y celebrar, pongamos los pies en la tierra: no hay
transición, no hay renovación, y mucho menos esperanza de cambio. El país no
despertó de su larga siesta populista, solo cambió de soñador. Claudia Sheinbaum
es ahora la presidenta de México, pero no se engañen: es solo la continuación de
un régimen que ha llevado a la nación al borde del abismo. Bienvenidos al segundo
capítulo de la transformación de cuarta.
El sexenio de Sheinbaum arranca con números que parecen sacados de una
película de terror económico. El menor crecimiento acumulado desde los tiempos
grises de Miguel de la Madrid, con un patético 0.81% de crecimiento promedio
anual. Eso no es crecimiento, es agonía. El sueño de un México pujante, de un país
que aspira a ser más, se desmorona ante una realidad de cifras que reflejan
estancamiento, pobreza y un futuro sombrío.
La inflación, esa pesadilla silenciosa que nos carcome el bolsillo, sigue en 4.66%.
¿Y el tipo de cambio? Bueno, al menos el dólar no nos ha terminado de aplastar:
19.73 pesos por dólar. Pero cuidado, que lo peor está por venir. Sheinbaum
comienza su mandato sin subsidios a las gasolinas y al diésel, algo que a AMLO se
le “olvidó” mencionar en su despedida. Durante el sexenio obradorista, la gasolina
Magna subió 4.62 pesos, la Premium 4.48 pesos y el diésel 4.81 pesos. Y con el fin
de los subsidios, lo que pagamos hoy podría parecer una ganga mañana.
¿Y qué nos promete Claudia en su primer discurso como presidenta? ¡Más de lo
mismo! Continuará con el “humanismo mexicano” y la “austeridad republicana”.
Palabras vacías que no ocultan el colapso social que viene acompañando la peor
crisis de seguridad que ha vivido el país. Hablemos de cifras: 199,621 homicidios
dolosos** entre diciembre de 2018 y septiembre de 2024. ¿Continuidad? ¿Eso es lo
que queremos? Porque la tendencia al alza en asesinatos es clara. La Secretaría de
Seguridad puede intentar maquillarlo, pero la realidad es brutal: más muertos que en
los sexenios de Peña Nieto, Calderón y Fox. Las calles de México están manchadas
de sangre, y no hay razón para creer que Claudia va a revertir esto.
El mayor registro de homicidios se dio en octubre de 2020 con 3,347 asesinatos. Sí,
leyeron bien, más de tres mil personas asesinadas en un solo mes. Y aunque
septiembre de 2024 cerró con un “modesto” 2,352 homicidios, no es motivo de
celebración. La violencia está aquí para quedarse, y con un gobierno que sigue en
la necedad de combatir al crimen con abrazos en lugar de balazos, la esperanza de
un cambio real es nula.
Pero aquí viene lo que de verdad importa: la gran “hazaña” de tener a la primera
presidenta de México. Lo que debería ser motivo de orgullo se ha convertido en una
burla grotesca. “Presidenta” no es más que un término que alimenta la demagogia
de una supuesta inclusión. Nos venden la idea de que tener una mujer en el poder
es un triunfo para el feminismo. ¿De verdad? ¿Qué tan empoderante es ascender a
la silla presidencial a través de la corrupción rampante, la sumisión total a un
caudillo masculino y la garantía de que nada cambiará?
Claudia Sheinbaum no es una líder feminista, es la operadora de un sistema podrido
que la utilizó para mantener las riendas del poder. AMLO no la dejó al frente porque
crea en su capacidad, sino porque sabe que su lealtad está garantizada. Así que,
por favor, ahórrense los discursos grandilocuentes sobre equidad de género. No se
trata de ser hombre o mujer, se trata de ser parte de una maquinaria corrupta que
sigue girando sin freno.
La elección de Sheinbaum no fue una fiesta democrática, fue un circo de Estado en
el que se utilizaron todos los recursos posibles –públicos y privados– para garantizar
su victoria. Los poderes fácticos, el INE, el crimen organizado, todos alineados para
que la continuidad del régimen fuera inamovible. Y mientras nos distraen con el
espejismo del “cambio”, la verdad es que seguimos atrapados en un ciclo de
corrupción y violencia.
Así que aquí estamos, 203 años después de la Independencia, 108 años después
del primer congreso feminista, y 71 años después del voto femenino. ¿Y qué hemos
logrado? Una mujer que no lidera, sino que obedece. No podemos llamarle avance,
cuando lo que tenemos es una figura que representa más de lo mismo, pero con un
maquillaje diferente.
Claudia Sheinbaum es la primera presidenta de México. Claro, eso suena histórico,
pero lo que realmente importa es lo que hará con ese título. Y hasta ahora, todo
apunta a que será más de lo mismo. La pregunta es, ¿cuánto más aguantará
México esta farsa?
Y mientras México se hunde en su propia crisis, el mundo sigue girando. En Irán, los
misiles vuelan sobre Israel. Pero aquí, en nuestro pequeño infierno nacional, la
realidad es que no hay misiles ni explosiones visibles. Solo la lenta, pero implacable,
destrucción del país desde adentro. Y al final, la única transformación que realmente
viviremos será la del colapso total.
Deseo, sinceramente, que me equivoque. Que Claudia Sheinbaum sorprenda a
todos y nos demuestre lo contrario. Que sea capaz de desligarse de la sombra de
AMLO y llevar a cabo una verdadera transformación. Pero hoy, la realidad es que
hemos llegado al segundo piso de esta “transformación de cuarta”. Y todo parece
indicar que el único cambio será ver quién firma los desastres que vienen.
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