vie. Oct 18th, 2024

Charlas de taberna

Marcos H. Valerio

Es una verdadera leyenda del deporte mexicano, el marchista Raúl González. Un hombre que no solo conquistó las pistas del mundo, sino que se forjó con una historia de lucha y superación que comienza en las humildes tierras de China, Nuevo León.

Durante su charla, narra su infancia, en ese rincón de Las Lajas, donde los sueños parecían tan lejanos como el horizonte en las vastas llanuras. “Crecí en una familia pobre”, cuenta Raúl, mientras sus ojos reviven esos días duros. La lucha diaria era sobrevivir, poner comida en la mesa. Pero, en medio de la adversidad, había algo que su madre le repetía una y otra vez: la perseverancia.

De aquel humilde hogar, lo único que quedaba claro era que estudiar era la única llave hacia un futuro distinto. Pero Raúl también encontró en el deporte su propia vía para descubrirse, para escapar, aunque fuera por unos momentos, de la realidad que lo rodeaba.

Desde joven, el béisbol fue su pasión. Pero, como muchos en su situación, practicarlo era un lujo inalcanzable. “Los uniformes, los zapatos, todo era demasiado caro para nosotros,” recuerda. Sin embargo, fue en ese momento cuando su madre intervino. 

Con sus manos de costurera, le confeccionó un short y una camiseta, y con gran esfuerzo, le compró unos tenis de 10 pesos. “No eran los mejores,” admite Raúl con una sonrisa, “pero para mí significaban el mundo”.

Y fue ahí, con esos humildes tenis, que comenzó a correr. Correr le daba algo que no había sentido antes: libertad. Esa sensación de que no importaba lo que tenías, sino lo que eras capaz de hacer. Cada zancada, cada metro recorrido lo acercaba a un sueño que aún no conocía, pero que ya empezaba a perseguir.

La pista se convirtió en su santuario, el lugar donde sus piernas y su resistencia hablaban más fuerte que cualquier otra cosa. La marcha atlética pronto lo atrapó, y Raúl no solo quería participar, ¡quería ganar! Así, se entregó en cuerpo y alma, dedicándose con una autodisciplina que marcaría cada etapa de su vida.

Y así llegó a lo más alto. Las calles de Las Lajas quedaron atrás, pero la enseñanza de su madre y el sacrificio familiar lo acompañaron hasta Los Ángeles, en 1984. Allí, con el mundo entero observando, Raúl conquistó dos medallas olímpicas: la plata en los 20 kilómetros y el oro en los 50 kilómetros. Pero lo que más resalta no son los metales, sino el reconocimiento de que todo el esfuerzo, cada lágrima, cada sacrificio, había valido la pena.

“Fue la culminación de una vida dedicada al sacrificio,” dice Raúl. Desde ese pequeño rincón de México hasta lo más alto del podio olímpico, Raúl González no solo corrió por su país, sino por todos aquellos que, como él, alguna vez soñaron con cambiar su destino.

El legendario marchista y doble medallista olímpico, quien conquistó plata y oro en Los Ángeles 1984, comparte las claves de su éxito: perseverancia, esfuerzo y una inquebrantable fe en sí mismo.

“Si quieres lograr algo, lucha, esfuérzate por alcanzarlo. El camino nunca será fácil, porque las cosas grandes cuestan”, dice con la certeza de quien ha recorrido más de 11 mil kilómetros en un año, todo con un objetivo claro: ser el primero en ganar medallas en las dos pruebas de marcha en los Juegos Olímpicos.

Recuerda que, su ambición siempre fue monumental. Mientras muchos creían imposible competir en la prueba de 20 kilómetros y recuperarse en solo siete días para enfrentar los 50 kilómetros, él no solo soñaba con hacerlo, sino con triunfar. 

Su convicción de que era posible se forjó en 1979, cuando en una gira europea participó en tres pruebas de 50 kilómetros en seis semanas, rompiendo dos récords mundiales y quedando a segundos de un tercero.

De cara a Los Ángeles 84, su preparación fue titánica: 300 kilómetros por semana, cerca de mil 200 kilómetros al mes. Cada paso fue un sacrificio hacia la gloria. Aunque el reto era abrumador, su determinación nunca flaqueó.

“Estaba convencido de que ganaría las dos pruebas”, recuerda, y aunque se quedó con una plata y un oro, su logro fue histórico. No solo venció a los mejores del mundo, sino que demostró que lo imposible era solo una barrera más en su camino.

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