sáb. Dic 14th, 2024

Por Gerardo Guerrero
La confianza se está desplomando y parece que nadie se ha dado cuenta
Es difícil empezar una nota como esta sin recurrir a la indignación. Pero la realidad es tan aplastante que lo único que queda es aceptar: estamos a bordo de un Titanic económico que parece estar a punto de chocar contra un iceberg llamado “desgobierno”. No es que México no haya tenido advertencias. No es que no existieran banderas rojas ondeando desde hace tiempo. El país está cayendo en picada y lo hace con la misma indiferencia con la que vemos, cada seis años, la misma tragicomedia política disfrazada de progreso. ¿Cuántos discursos vacíos sobre crecimiento hemos escuchado? ¿Cuántos planes nacionales de desarrollo no han terminado siendo más que papel mojado?
Warren Buffett, una de las mentes financieras más brillantes, lo dijo claro: “Se necesitan 20 años para construir una reputación y cinco minutos para arruinarla”. Y México, bajo la batuta de un gobierno que parece más interesado en jugar con el destino económico del país que en resolver sus problemas, está en los cinco minutos fatales. ¿Cómo llegamos aquí? Fácil. Cuatro palabras clave: ausencia de Estado de Derecho, desequilibrio de las finanzas públicas, precariedad fiscal y degradación del servicio público. Sí, justo las mismas que se repiten en cada análisis, en cada reporte, en cada conversación seria sobre el futuro de este país.
El espejismo del nearshoring: una esperanza perdida Hasta hace unos meses, el nearshoring era visto como el santo grial de la economía mexicana. Todos los reflectores estaban sobre nosotros: una posición geográfica envidiable, una mano de obra que, a pesar de estar mal pagada, es de calidad, y una estabilidad política que, al menos en papel, sonaba creíble. El mundo entero nos miraba con ansias, con la esperanza de que México fuese la joya más brillante en la reconfiguración de las cadenas globales de suministro.
Pero como todo en esta administración, lo que parecía una luz al final del túnel terminó siendo un tren que viene de frente. Y lo confirma el Banco de México en sus encuestas más recientes. Si en marzo de 2024 el 46% de los especialistas consideraba que era un buen momento para invertir, para septiembre de ese mismo año solo el 5% mantenía esa perspectiva. ¡El 5%! En cinco meses, se pasó de un optimismo moderado a un desánimo catastrófico. Y la respuesta es clara: las elecciones de junio no solo coronaron a Claudia Sheinbaum como presidenta, sino que otorgaron a la coalición gobernante el control absoluto del Congreso, permitiéndoles jugar con las reglas del juego como si fueran piezas de ajedrez.

Las reformas constitucionales que se cocinan no son solo un cambio en el reglamento, son dinamita pura. La independencia del poder judicial está en jaque, y la desaparición de órganos autónomos pone en riesgo la competencia, la transparencia y la regulación de sectores clave. ¿Quién en su sano juicio invertiría en un país donde las reglas pueden cambiarse de la noche a la mañana? Ni Buffett, ni Munger, ni ningún inversionista serio lo haría. Y es que, como bien lo dijo Charlie Munger: “La inversión exitosa implica más evitar errores que hacer grandes aciertos”. Y nuestro gobierno está a punto de cometer un error colosal.
La bomba de tiempo del mercado laboral
La otra gran tragedia que nadie quiere ver explotar es la laboral. 12.1 millones de personas en México están desesperadas por un trabajo. El 18.1% de la fuerza laboral potencial está buscando empleo o trabajando en condiciones precarias, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE). Este es un tren que lleva meses avanzando hacia el desastre, con una brecha laboral que no deja de crecer desde febrero. Mientras la economía se desacelera, la creación de empleo formal cae en picada. Solo en junio, se perdieron casi 30,000 empleos formales, y los números continúan en rojo.
Y, por si fuera poco, más del 60% de los trabajadores en México están atrapados en la informalidad. Sin acceso a seguridad social, sin derechos laborales, y expuestos a la explotación. Este no es solo un problema económico; es un problema de dignidad humana. Pero, ¿a quién le importa la dignidad de los trabajadores cuando lo que se juega son intereses políticos?
La informalidad: el agujero negro fiscal
La informalidad no solo explota a los trabajadores, también es el agujero negro fiscal del país. Con el 90% de las empresas operando en la sombra, el Estado pierde capacidad de recaudar impuestos, lo que limita su capacidad para invertir en infraestructura y servicios públicos. ¿El resultado? Un círculo vicioso: sin recursos no hay inversión, sin inversión no hay crecimiento, sin crecimiento no hay empleo, y sin empleo la informalidad se perpetúa. Es un sistema diseñado para fracasar.
Mientras tanto, las empresas que juegan con las reglas, que pagan sus impuestos y cumplen con las regulaciones laborales, son castigadas. Competir contra negocios informales que no tienen que rendir cuentas al SAT es una lucha perdida. No se puede ganar en un campo de juego donde unos juegan con balones reglamentarios y otros con balones de aire.
Violencia, inseguridad y el grito desesperado de la COPARMEX

Pero, ¿qué sería una economía desmoronándose sin una dosis de violencia e inseguridad? COPARMEX lo ha dejado claro: si no se restablece la paz y el orden en el país, estamos condenados al colapso. Los inversionistas no solo huyen por la falta de Estado de Derecho o por las reformas autoritarias. Huyen porque tienen miedo. Miedo de que sus negocios sean extorsionados, miedo de que sus empleados sean secuestrados, miedo de que sus inversiones terminen siendo devoradas por la violencia que impera en gran parte del país.
Y así, con una mano de obra atrapada en la precariedad, una informalidad galopante, una clase empresarial asfixiada, y un gobierno que parece más interesado en monopolizar el poder que en resolver los problemas del país, México se encamina hacia una crisis de la que no será fácil escapar.
Es hora de hacer las cosas de manera diferente
El consejo de Warren Buffett no podría ser más adecuado: si queremos evitar el hundimiento definitivo de este barco, tenemos que cambiar el rumbo, y hacerlo ya.
De lo contrario, como él mismo lo advirtió, en cinco minutos habremos arruinado lo poco que queda de nuestra reputación.
La pregunta es: ¿tendrán los líderes la valentía de cambiar el rumbo antes de que el país pierda para siempre su oportunidad de ser un gigante económico? O peor aún, antes de que el país quede atrapado en un ciclo interminable de informalidad, pobreza y estancamiento.
Las lecciones están ahí, las consecuencias son claras y el tiempo apremia. Pero como buen país latinoamericano, a veces parece que México prefiere aprender las lecciones de la manera más difícil, arruinando en cinco minutos lo que le tomó décadas construir.
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