De frente y de perfil
Ramón Zurita Sahagún
Más de 38 años de cárcel fue la sentencia para Genaro García Luna, el voraz secretario de Seguridad Pública que ejerció el cargo de 2006 a 2012 en México.
Su fortuna y su poder no le sirvieron de nada, ante las implacables leyes estadounidense que le dictaron dicha sentencia.
Las autoridades del vecino país lo encontraron responsable de cinco cargos, entre ellos su vinculación con los grupos delincuenciales mexicanos.
Desde muy joven, Genaro García Luna mostró su gusto por ser parte de los cuerpos policíacos. Inició en el desaparecido CISEN, donde era un muchacho introvertido, tal vez, por su tartamudez, por lo que recibió el sobrenombre de El Mudo.
Su transformación fue rápida y cuando llegó a ser director de la AFI, su carácter había cambiado. Se volvió soberbio, altivo, arrogante, engreído, logrando sobreponerse y ocultar sus deficiencias en el lenguaje y hasta superar su tartamudez.
Entonces ya dejó de ser el Mudo y se transformó en el ingeniero, como quería ser conocido y no como un simple policía, sino como un investigador.
García Luna logró convertirse en secretario de Seguridad Pública y alcanzar el rango de superpolicía que, curiosamente, lograron otros personajes que más adelante cayeron en desgracia y terminaron, muertos o en la cárcel.
El todopoderoso titular de la secretaría de Seguridad ejercía sin cargos de conciencia de ninguna clase, pues en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa fue un hombre poderoso, más que otros miembros del gabinete.
Dicen que los favores que hizo al entonces Presidente Felipe Calderón fueron tantos y tan variados, que eso le dio el manto de protección del que gozó esos seis años.
Pensó que su poder era transexenal y aunque migró a Estados Unidos, quiso conservar parte de su feudo en su país natal.
Sabía que en México gozaba de impunidad y la diversidad de favores otorgados en su época de mayor gloria podían ser canjeados.
Había rumores y acusaciones sobre su vinculación a grupos criminales y sobre desvío de recursos y enriquecimiento ilícito, pero nada pasó.
Durante su ejercicio mostró lo vengativo y rencoroso que era y que, mediante su fuerza y el respaldo gubernamental, podía hacer y deshacer.
Realizó su montaje y hasta la fecha siguen en prisión algunos de los personajes detenidos en ese operativo de montaje.
Fue evidenciado por la mansión que construía en una de las colonias más lujosas de la capital del país, mediante unas fotos que dejaban en claro dicha propiedad.
Su respuesta fue buscar culpables y responsabilizó del hecho a un maestro universitario, doctor en derecho que vivía frente a su mansión en construcción.
La suerte de García Luna cambió conforme pasaron los años y las investigaciones se hicieron más profundas y como la mayoría de los llamados superpolicías que son elevados a ese rango por los medios de comunicación su fortuna cambió y detenido y enjuiciado recibió una sentencia que no fue la que algunos esperaban de cadena perpetua, pero tampoco la que consideraban sus abogados de veinte años en prisión que varios catalogan como benévola.
La historia de aquellos jefes policíacos que son elevados al rango superlativo parece ser siempre la misma. Algunos terminan muertos, otros en la cárcel y pronto son olvidados.
Esperamos que el nuevo no enfrente esos problemas de dejarse corromper ante la creencia que nade lo sabrá.