Gerson Gómez Salas
De lunes a viernes su trabajo es otro. Como auxiliar administrativo en una empresa pequeña de Linares. Al terminar la semana viaja a Monterrey. A eso de las 9 de la noche llega a la central.
Camina unos pasos. Se instala en el Hotel Roosevelt. Paga 500 pesos por los tres días del fin.
La cita del viernes no llegó a tiempo. Ni modo. Pide taxi de aplicación para no mojarse. Son solo unas cuadras de aquí hasta la cantina. A sus 32 años se mira bien. El pantalón pegado resalta la figura. La blusa entallada también merece.
Puerta abierta en la cantina. Toda pinta para día flojo de clientes. Beber no es lo suyo. El gasto incompleto. Su hija mayor de 14 años pidió fiesta. Con chambelanes, party bus. Echar la casa por la ventana. Los buenos momentos duran hasta las dos de la mañana.
Mamá talonea en Monterrey. Aquí nadie la conoce. Tampoco le da miedo. Allá en Linares también todo esta caliente. Los de la maña controlan quien entra. Los negocios pagan piso. Renegar la cuota significa tableada segura. Desaparecer es sinónimo de muerte. La chaviza cumple las ordenes de los comandantes.
Le salió bastante exigente la güerca. Tiene el color de ojos de su padre y la piel de ella. En la cantina por el rumbo de la central de autobuses, los paseantes solo echan la mirada al quienes beben a destajo. La música texmex, los corridos belicones. Aguantar hasta conseguir dos o tres clientes. Con eso tiene para ir juntando el clavo.
Mientras tanto la lluvia cubre los baches. Moja los pocos puestos de tacos de muerte lenta. Algunos llegan por vez primera. Muchos más se van. Con las ganas de no volver nunca a Monterrey.