dom. Jun 2nd, 2024

Roel Guajardo Cantú

Durante mucho tiempo la evaluación en las escuelas se confundió con la calificación, esta es el número con el cual se designa el nivel de aprendizaje de los alumnos en un periodo determinado, por ejemplo, una lección, una unidad de aprendizaje, un capítulo, un bimestre, un semestre o un año.

Por desgracia para los alumnos, esa calificación se consideraba como un dato preciso, irrebatible, un dato que determinaba si el alumno podía continuar en su proceso educativo. Para aquellos cuya calificación era negativa, podía significar una invitación a renunciar a la educación en general. En pocas palabras, se trataba de una evaluación punitiva, que marcaba a los estudiantes para bien o para mal.

Como lo ha señalado el educador Dylan William, “nos encanta tener razón, pero aprendemos más cuando cometemos errores”, sin embargo, en el paradigma dominante en educación, los errores pueden significar el fracaso total debido precisamente a que la evaluación es punitiva.

En la Nueva Escuela Mexicana, NEM, se propone superar estas situaciones, para lo cual se busca que la evaluación sea formativa, en contraposición con el paradigma anterior.

La diferencia entre una evaluación formativa y otra de tipo punitiva es fundamental, ya que mientras la segunda solo intenta ofrecer una calificación que redunde en un “aprobado” o en un “no aprobado”, la primera tiene como finalidad encontrar las áreas de oportunidad en las cuales el alumno puede mejorar su aprendizaje, evaluando todo el proceso, no solo el resultado.

Si consideramos que el método de proyectos es de alguna manera el eje de la estructura didáctica de la NEM, entonces entenderemos el porqué de este cambio. Cuando los contenidos se presentan como un aprendizaje teórico, que alguna vez será aplicable en la práctica, basta con responder exámenes estandarizados para mostrar que se ha logrado el “conocimiento”, que básicamente consiste en memorizar una serie de conceptos u operaciones.

En las nuevas realidades que se enfrentan en pleno siglo XXI, ya esa no puede ser, bajo ningún concepto, la norma. Hoy el joven debe saber resolver problemas concretos, utilizar determinadas herramientas que dominan el mundo que le rodea.

El saber debe ser aplicado al cien por ciento. Pero al mismo tiempo, el alumno debe poder contextualizar ese saber aplicado en un entorno en el que vive, en una cultura e historia de la cual desciende.

No se trata de formar personas que solo sepan resolver problemas de trabajo, sino también de vivir en sociedad y de ser capaces de resolver problemas sociales.

De ahí que la evaluación en un contexto de proyectos implica que el maestro sepa la forma en que cada uno de los alumnos interacciona con el resto de su equipo, la forma en que participa en la solución de los problemas, en que presenta el resultado final, en qué y cómo lo explica.

Porque de esta explicación final se puede desprender si el alumno obtuvo lo que podemos llamar un metaconocimiento, es decir, si entendió la manera en que llegó a un determinado conocimiento, ya que solo en este punto es que puede aplicar un conocimiento adquirido a otra situación.

En pocas palabras, se trata de que la evaluación permita al alumno aprender a aprender. De ahí que el objetivo de una evaluación formativa no sea solamente presentar una calificación, que al final de cuentas la habrá, sino, y principalmente, verificar los puntos o contenidos en los cuales el alumno puede todavía mejorar.

Conforme al acuerdo secretarial 17/08/22, “la evaluación formativa no solo evalúa el resultado de aprendizaje, sino todo el proceso; debe tener un carácter formativo, orientador e integrador”; donde el docente expresará el desempeño del alumno mediante un número que deberá justificar o sustentar con argumentos y razones del porqué, sus áreas de oportunidad para la retroalimentación y mejora.

Piaget, hace años, nos hablaba acerca de la reversibilidad del conocimiento, es decir, de la capacidad de que el alumno recorriera el camino inverso al que lo había llevado a un conocimiento específico, es decir, que el resultado final no hubiera sido fruto del azar.

Ese es precisamente el objetivo que se busca con una evaluación formativa, que el alumno sepa algo, pero que además sepa que sabe y como Sócrates decía, se conozca a sí mismo.

No es un trabajo fácil para el maestro en un grupo numeroso, pero es lo más importante para nuestros alumnos.

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