sáb. May 18th, 2024

Lorena Gurrola
Me salió del alma responderle a un amigo, que preguntaba si me gustaban las campañas y la política; si, aunque mal pague ella, como cantaba mi Chente Fernández.
Y es que, cómo explicar, que cuando algo te apasiona, tan solo te das, te entregas por completo, a lo menso, y la mayor parte del tiempo, sin esperar nada a cambio. Los que cada tres años nos metemos en el mismo lío, me entenderán, no hay nada de glamour en este arte, una campaña es un periodo en el que ves crecer la barriga y las ojeras, porque las malpasadas son el plato que se sirve bien frío y a diario.
Trabajar con horario de entrada, nunca de salida, con el aderezo de recibir, ni las gracias, porque la entrega en este gremio se paga con grilla, con fuego amigo; donde a veces el único refugio es salvar la dignidad y la reputación a toda costa; aunque la dignidad, dijera mi estimado terapeuta, cuando se tiene no vale nada, cuando se vende, tiene un precio muy caro, pero la mayoría no entienda que hay quienes no la ponemos en venta, simplemente porque vale nuestra tranquilidad.
Para tamaño sacrificio, algunos pensarían que de la misma forma que crece barriga y ojeras, te crece la cartera, pero pasa todo lo contrario, uno acaba poniendo, mucho más que solo dinero, a veces pagas el alto precio de perderte a tu familia, cuando no a los amigos y hasta el matrimonio, para ver ante ti consumada la ironía, de salir de un evento masivo y llegar a una casa sola, para el disfrute del día a día.
¿Entonces por qué lo hacemos? ¿En dónde está lo bonito? Quizá ahí está la magia, podrás no estar muy consciente de cuál es la ganancia en este negocio al final del día, y pasa algo tan extraño como cuando no te explicas cómo es que te enamoraste de alguien, así de misterioso, así de encantador, no sé por qué pasa lo que pasa, pero sí sé que me está pasando, aquí estoy enamorada de la política.
Digamos pues que nos gusta la mala vida, o digamos me gusta, porque me gusta, a lo mejor, muy al estilo de las respuestas matriarcales de antaño, me gusta pues porque sí, y ya, porque yo lo digo. Lo cierto es que una vez que empieza esta pasión por la vida pública de nuestro municipio, de nuestro estado, de nuestro país, te consume, no la puedes parar, no la puedes contener, pero ni falta que hace, ya cuando estás así de perdido, ni te resistes, ni te quejas, descansas en sus brazos como algo inevitable, como me imagino que es el sabor de la muerte misma.
Y es que participar, de la forma que sea, te da una voz y una fuerza que no se puede callar, no se puede ahogar. Ahora que, un par de cervezas siempre son aliadas de una buena jornada de cansancio, por tanto, súbanle a la rola, destapémosla y echémonos ese coro que dice “yo te invito, mi amigo, que compartas mis penas, y que toque el mariachi, aunque mal pague ella”.
Con mucho cariño, mi primera nota en esta columna, para el rey del Castillo.

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